Artista: Luisa Cunha
Fecha: 2002
Museo: Culturgest - Fundação Caixa Geral de Depósitos (Lisboa, Portugal)
Técnica: Dibujo
EN UNA voz EARA que declara un texto con una cadencia en un espacio es como un dibujo que se lleva a cabo detrás de las paredes de una habitación y que hace girar la cabeza y el cuerpo y caminar alrededor de la habitación para que podamos leerlo (y tal vez entenderlo) o tener alguna sensación sobre ella, una experiencia, una tristeza sutil, una premonición, una extraña casi física, una inestabilidad, un tropiezo sobre palabras, una epifanía. Los sonidos de Luisa Cunha, sus pequeños poemas, las repeticiones de palabras que hacen eco, pertenecen al campo de la escultura y al dibujo al mismo tiempo. A veces pertenecen al campo de la conversación, pero una cosa es cierta: están dirigidas a nosotros, son palabras que están escritas, grabadas, susurradas, amplificadas, metamorfosisdas y, en primer lugar, escritas como si hubieran sido dibujadas, para nosotros. Esa es la naturaleza íntima de su trabajo, que siempre debe ser “enhendido” (eso es correcto, no me corrigáis, por favor) por cada uno de nosotros. No parece estar interesada en el público, ni en los espectadores. Ella está interesada en cada uno de nosotros, personal y no transmisible, como si hubiera escrito en cada obra: “Estoy diciendo esto sólo para ti”. A veces son la descripción del proceso mismo de hacer lo que se está haciendo, como es el caso de la obra, Linha #1, de 2002, cuyo texto está vinculado al acto de dibujar la línea de texto. Cuando caminamos alrededor de la habitación leyendo el pequeño texto circular re-travelamos el camino peripatetico de su construcción, entendemos cómo esa línea es un horizonte y el horizonte es la frontera que marca la distancia de todo lo que puedo ver y es también lo que marca mi situación como un navegante del lugar donde estoy. Frente a este dibujo, lo que nos importa es que el lugar donde estamos cuando leemos era el lugar donde estaba la artista cuando lo hizo y nuestros ojos repiten los volutas de las líneas que componen las palabras y, de repente, nos damos cuenta de que entre nosotros y el artista hay un espacio, pero que es temporal y no espacial, y que todo lo que importa para la obra es que los espectadores (cada uno de nosotros) están aquí. Esta es la ligereza de su poética. Delfim Sardo
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